Erin Hills: el sueño de Bob Lang
Semana de US Open. Por primera vez el torneo más sádico del circuito se juega en Wisconsin, un estado interior rural, muy frío en invierno y con escaso pedigree golfístico. (No es el primer major: Whisting Straits ha acogido 3 torneos del PGA; es ese campo tan salvaje donde Dustin Johnson perdió un PGA ante Martin Kaymer en 2010.)
La historia más curiosa que he leído estos días es sobre un individuo llamado Bob Lang. Un empresario local dueño de una empresa de calendarios (relativamente pequeña, llego a facturar 65 millones al año) y con una cartera de propiedades inmobiliarias que se enamoró de una finca rural en Wisconsin y soñó con transformarla en un campo de golf sede del US Open.
Atraer el US Open no es tarea sencilla. Muchos millonarios han comprado y gestionado campos de golf sin conseguirlo, entre ellos un tal Donald Trump. Pero la USGA prefiere campos públicos clásicos con historia, tipo Pebble Beach o Pinehurst. Se requieren campos con capacidad para acoger una infraestructura fuerte: tiendas, hospitalidad…
Lang compró la mayor parte del terreno en 2001 por 2,7 millones de dólares. En 2004 le mostró el terreno a Mike Davis, director del US Open. Davis se maravilló con la finca y le transmitió su entusiasmo. Y Lang pidió un préstamo de 11 millones de dólares para comenzar las obras. En 2006 se abrió al público, con greenfees a 150 dólares. Se gastó 5 millones adicionales en comprar fincas adyacentes, para que nadie construyera en los límites y estropeara las vistas.
En 2008 la USGA le premió con el US Amateur. Lang decidió gastar 2 millones adicionales para construir nuevos bunkers.
Después de gastarse 26 millones de dólares en su campo, Lang se arruinó: tuvo que venderlo todo para pagar sus deudas, incluso el propio campo en 2009, a un tal Andy Ziegler, por 10 millones. Lang hoy vive de la Seguridad Social y de la generosidad de Ziegler, que le empleó como «consultor del campo».
Los arquitectos de Erin Hills, por cierto, son Michael Hurdzan, Dana Fry y Ron Whitten. Hurdzan es el quinto arquitecto de la historia, con Jack Nicklaus, Arnold Palmer, Byron Nelson y Robert Trent Jones, Sr. en haber ganado el «gran slam» de los diseñadores de campos: el Donald Ross Award (otorgado por la Asociación Americana de Arquitectos de campos de golf), el Old Tom Morris Award (de la Asociación de Superintendentes Americana) y el Don A. Rossi Award (de los Constructores americanos). Dana Fry trabajó con Tom Fazio antes de establecerse por su cuenta, y ha trabajado mucho en Estados Unidos sobre todo. Ron Whitten ha sido editor de Golf Digest desde 1985.
The Preserve at Verdae, Greenville (Carolina del Sur)
En la semana del Masters de Sergio, obligaciones profesionales me llevan a una pequeña ciudad en el estado de Carolina del Sur, en Estados Unidos. Con un vuelo de vuelta a las 3 de la tarde, hay tiempo más que suficiente para una ronda de golf. A las 7.40 hay luz suficiente, como se ve en esta fotografía del tee del 10.
Carolina del Sur es uno de los estados más golfísticos de Estados Unidos: Myrtle Beach inventó el supermercado del golf: hoy, desde Georgetown hasta Little River, se extienden 60 millas de playas en lo que se conoce como el Grand Strand, y en ellas hay más de 100 campos públicos firmados por todos los arquitectos de prestigio. En Charleston, hay un campo Ryder, el Ocean Course at Kiawah Island Resort. Hilton Head, con su icónico faro rojiblanco, acoge en el campo de Pete Dye el RBC Heritage.
A 400 km de la costa Greenville es la sexta ciudad del estado, con medio millón de personas en su área metropolitana (y bastantes más ardillas). Todo parece un inmenso bosque salpicado de casas. Sólo en Greenville hay 11 campos de golf públicos (y muchos privados que no permiten jugar más que con invitación). Me decidí por este precioso parkland, antes llamado Verdae Greens Golf Club, que acoge desde hace varios años un torneo del Web.com, el segundo circuito americano.
El cambio de nombre responde a que el campo es de facto una reserva natural, y durante el recorrido uno se cruza con todo tipo de aves.
En este artículo explican que otorgar parte del campo a la naturaleza no sólo ha beneficiado a los animales: también el coste del mantenimiento del campo se ha reducido sustancialmente.
Excepto calles y rough todo tiene un aspecto de naturalidad salvaje. Todo el campo está recorrido por multitud de arroyos, lagos y peligros que hacen que el jugador menos atinado pueda sufrir una pérdida sustancial de bolas. En la foto, el green del 11, para el que hay que volar 170 metros de lago.
El campo es una maravilla diseñada por Willard Byrd (1919-2004), un arquitecto que ha trabajado con intensidad en el suroeste de Estados Unidos firmando más de 100 campos, incluyendo 10 en Mytle Beach. Este es uno de los tiros más espectaculares, en el hoyo 8 a un green en vaguada.
Como siempre en todos los campos americanos, hasta 5 tees diferentes para cada nivel de juego. El starter te pregunta el hándicap y te dice desde qué tee salir. Elegir un tee muy retrasado es absurdo por la longitud brutal a la que te enfrentas.
Este par 4, el hoyo 3, muy similar al hoyo 11 de Druids Glenn, exige cruzar un arroyo dos veces para llegar a un green muy escondido en la parte derecha. No tiene sentido tener que jugarlo como un par 5 si uno se va a las 458 yardas de los tees negros.
Lo que más llama la atención son los greenes, unas plataformas enormes y que jamás te darán un putt recto. Greenes con muchísimo movimiento, en ocasiones con pianos, o simplemente con caídas diagonales, no te dejan un putt para respirar aliviado. En la foto el green del 9, con tres pianos.
Otro ejemplo de green enorme y movido, el del 18, con su bandera americana.
En la calle las estacas marcan las 150 yardas al centro de green. A pesar del aspecto amarillento, la hierba bermuda se comporta perfectamente. Los campos de esta zona no admiten otra hierba que aguante el calor veraniego.
En definitiva un precioso y extenso campo de golf de los que seguramente hay miles en ese país.
Algunos políticos españoles juegan al golf
Hace tiempo escribí sobre los presidentes de Estados Unidos y su insaciable y sana afición al golf. En mi post acusaba a nuestros políticos de no seguir tan sano ejemplo. Error mío, porque no es cierto que nuestros políticos más relevantes hayan dado la espalda a este deporte.
Por ejemplo: el primer presidente de nuestra democracia, Adolfo Suarez llegó a tener handicap 21 (aunque aprendió después de dimitir de su cargo) y solía practicar el golf en su casa de Son Vida, en Mallorca, donde pasó largas temporadas. Solía jugar en Santa Ponsa y en Arabella Golf (Son Vida y Son Muntaner).
José María Aznar y su familia recibieron 203 horas de clase de golf en el Club de Campo Villa de Madrid, inicialmente cortesía del club pero, tras el escándalo, pagadas por la familia. Hoy la familia disfruta de una residencia en Marbella muy cerca de un campo de golf.
Esperanza Aguirre exhibe un magnífico handicap 5,9. Y además, cuando gobernó, impulsó sin complejos este deporte, con la promoción del extraordinario campo del Encín (de hecho he coincidido con ella en este campo, y me aseguró que la instalación se hizo sin un euro de dinero público) y la candidatura de Madrid a la Ryder Cup.
No se puede decir lo mismo de nuestro más longevo golfista político. Francisco Franco, en sus 40 años de gobernante en España, practicó asiduamente el golf, pero hizo bastante poco por él. Sus biógrafos cuentan que dio su primer swing de golf en 1932. En 1936 Franco fue destinado a la jefatura militar de las islas Canarias como Capitán General, donde disfrutó de un puesto relativamente tranquilo que le permitió disponer de prácticamente todas las tardes libres. Franco las dedicó a disfrutar su nueva afición. El golf le relajaba, le ponía en buen ánimo e incluso pensó en pasar sus vacaciones en Escocia. Sin embargo los acontecimientos le llevaron a otros bunkers diferentes de los escoceses.
Incluso el día del alzamiento nacional el gobierno de la república intentó ponerse en contacto con él. La respuesta del ayudante fue: «El general está jugando al golf en este momento. No hay nada que temer. Todo está tranquilo». Esto fue a las 7.30. A las ocho y media, una hora más tarde, Franco dejaba sus palos de golf y salía de Canarias camino de Africa.
Después de la guerra Franco retomó su afición al golf y solía jugar los fines de semana en su campo de golf particular del palacio del Pardo, un recorrido cuyos biógrafos hablan que tenía 9 hoyos. Solía dar bolas con frecuencia pero cuando tenía más tiempo le gustaba disfrutar de 18 hoyos. Después de su muerte, el campo dejó de utilizarse. En 1994 el diario El País publicó que los funcionarios de Patrimonio Nacional seguían cuidándolo, más bien como un jardín que como campo de golf.
Estuve hace poco visitando el Palacio Real de El Pardo, ansioso por conocer este misterioso recorrido. ¿En qué estado estará este recorrido fantasma? ¿Sería cierto que El Pardo alberga un campo de golf de 9 hoyos, aún mantenido en memoria del dictador? El recorrido del arquitecto Diego Méndez ¿tendrá algún valor golfístico?
«De nueve hoyos, nada», me aseguró un veterano guarda. «Aquí nunca ha habido un campo largo. Había dos hoyos de golf, y Franco se escapaba para pasear un rato a la hora de la siesta.» El guarda me indicó su localización aproximada, a la izquierda de la Pista del Cristo de El Pardo y lo que encontré desde luego que no es un campo de golf cuidado.
También en sus veranos en el Pazo de Meirás Franco disfrutaba del golf en el campo de la Zapateira, un campo que hoy omite este dato en su historia (ya se sabe que hay que borrar a Franco hasta de lo más trivial). Incluso los medios nos informan que en verano de 1975 jugó al golf con el entonces príncipe Juan Carlos en el campo, documentado con una fotografía histórica. No parece que hicieran partido: en primer lugar el príncipe no viste como para jugar al golf. En segundo lugar, Franco, aunque espartano y amante de la disciplina estricta y las reglas, supongo que sería un jugador que se creería mejor de lo que era; a ver quien era el guapo que le ganaba. La foto resulta bastante chocante considerando su edad, lo avanzado de su Parkinson y su inefable planta de golfista.
Dónde jugar al golf en Atlanta
Jugar al golf en Estados Unidos puede ser una cosa muy fácil o muy frustrante, según se mire.
Fácil porque hay millones de campos de golf a precios muy asequibles repartidos por todos los estados. La oferta es abrumadora, y en los rankings de los mejores campos del mundo siempre más de la mitad están en suelo americano. Frustrante porque prácticamente todos los buenos y famosos, esos que figuran en las listas de mejores campos de golf del mundo, muchos de los que vemos albergar torneos o majors, son campos privados. Uno puede jugar en todas las sedes del Open Championship, pero en America los campos privados son del tipo «cerrado a cal y canto para visitantes»: sólo admiten a socios o a amigos de socios. Así que para jugar en Augusta National (en la foto) tienes que ser periodista deportivo, conocer a algún chaqueta verde o jugarlo en la PlayStation. También hay campos en los que se puede jugar muy conocidos (Pebble Beach, Bethpage Black, etc) pero o son muy caros (Pebble Beach, por ejemplo) o para jugar hay que, literalmente, dormir en el parking del campo para coger sitio (es lo que hay que hacer para jugar en Bethpage Black, en Nueva York).
Estando por trabajo algunos días en Atlanta, estuve buscando en qué campo jugar. El primero de la lista es un campo que está en la ciudad: East Lake, la sede del Tour Championship, el campo de Bobby Jones, uno de los mejores campos del país. Escribí un correo para reservar un tee time. No hubo respuesta. Escribí otro más. Nada. Al final, gracias a mi insistencia, conseguí una respuesta: «No.» Campo sólo para socios o amigos de socios.
Un jugador local me aconsejó acercarme a las instalaciones del club, para explicar mi caso. No me dejaron ni entrar en las instalaciones. Esta verja sólo la cruzan los socios, amigo.
Fui a un campo de 9 hoyos adyacente a East Lake para matar dos horas. El campo es obra de Rees Jones. Jugué con un caddie de East Lake, y me contó que el acceso al campo es prácticamente imposible. Ni siquiera admiten a nuevos socios. La gran mayoría de los socios son empresas, ejecutivos de las grandes corporaciones de Atlanta (CNN, UPS, Coca Cola, Delta…) y muchos despachos de abogados, consultores, etc. La verdad es que desde fuera, East Lake no parece gran cosa.
Bueno, pues quizá podamos probar en Peach Tree, otro mítico campo de la ciudad, obra de Bobby Jones y Robert Trent Jones. También privado. Cerrado.
Lo intenté con Hawks Ridge, un ejemplo de arquitectura clásica obra de Bob Cupp. Muy amablemente me dijeron que no. Y así con varios de los campos de la ciudad privados.
Así que uno se desanima porque piensa que no poder jugar estos campos con tanto nombre. Craso error. La oferta de campos, incluso públicos, es más que apetecible. Este fue el resultado de mi investigación:
- Cuscowilla. Un diseño espectacular de Ben Crenshaw y Bill Core. Enclavado en un hotel de lujo, lo malo es que está a 1 hora y 20 minutos de la ciudad.
- Bear’s Best: Una colección de los mejores hoyos diseñados por el Oso Dorado, Jack Nicklaus, en más de 200 campos por todo el mundo. Este sí es un campo público, relativamente barato (80 dólares) y situado a 45 minutos de la ciudad. Cuando llamé estaba completo.
- The Frog at the Georgian, diseño de Tom Fazio, uno de los diseñadores más importantes de la ciudad. A 45 minutos.
- Cobblestone: Considerado como uno de los mejores campos para jugar por la revista Golf Digest en la zona. A 35 minutos de la ciudad.
- Stone Mountain: Muy cerca del centro, el complejo cuenta con dos campos de golf: El Stonemont (obra de Robert Trent Jones) y el Lakemont. Ambos son dos campos preciosos, con esos altísimos pinos georgianos tan característicos de la zona (y que podemos ver en Augusta).
- Rivermont: Otro campo precioso cerca de la ciudad
Al final me decidí por un campo diseño del rey, Arnold Palmer: Cherokee Run, situado a 40 minutos de Atlanta. Pero eso será en otro post.
The Charlie Yates Golf Course at East Lake, Atlanta (USA)
Jugar en East Lake (Atlanta) está al alcance de pocos humanos. Es un campo privado exclusivamente para socios o invitados de socios, así que si no conoces a algún afortunado jugador local, lo tienes crudo. Incluso muchos profesionales no han jugado nunca en este campo de Bobby Jones. East Lake es la sede del Tour Championship, quizá el torneo más exclusivo del PGA Tour (con permiso del Hyundai Tournament of Championship). En este torneo patrocinado por Coca Cola, se decide cada año la Fedex Cup y sólo juegan los 30 mejores jugadores del año.
Muy cerca del campo se ubica el campo público de 9 hoyos Charlie Yates. Evidentemente no es el mismo diseño, pero el terreno y arbolado nos da una idea de lo que puede ser su rico campo hermano. Originalmente con 18 hoyos, se ha reducido su recorrido para construir una escuela infantil sobre los segundos 9 hoyos. Tras un invierno duro, la hierba bermuda presentaba un aspecto marrón muy poco estético, aunque el campo se disfruta perfectamente.
En el Charlie Yates destacan los greenes, a un buen nivel para ser un campo público. Me contaron que están mantenidos por los mismos greenkeepers que luego operan en East Lake. Greenes enormes, con una combinación de muchas caídas sutiles o abruptas. En la foto, el green del hoyo 9, con el campo de prácticas al fondo y la casa club.
Estamos ante un recorrido par 30, con 6 pares 3 y 3 pares 4. Diseño de Rees Jones, el hijo de Robert Trent Jones, y autor, entre otros, del Golf Santader, Charle Yates es un campo bonito con varios obstáculos de agua en su recorrido. Este es el lago que hay que superar para alcanzar la calle del hoyo 6.
Charlie Yates fue un jugador contemporáneo de Bobby Jones, del que aprendió a jugar al golf, y que ganó un British Amateur. También jugó en el primer Masters en Augusta en 1934, y asistió a todos los Masters, como socio de Agusta, hasta el año 2003. Murió en el 2005.
Un recorrido en este campo entre semana me costó 15 dólares e incluye 18 hoyos. Si queremos ir con coche (como es habitual en USA), diez dólares más. Precios más que irrisorios para una vuelta agradable de menos de dos horas.